miércoles, 24 de febrero de 2010

Como antes de nacer

Dolores tortuosos recorren su cuerpo, piernas, cada músculo de su espalda, sus manos, con la cabeza a punto de explotar... agonizante en un mar de sensaciones tanto físicas como mentales, directamente sobre el abismo oscuro y tenebroso del final definitivo. Sin dientes en la boca, sin brillo en los ojos, sin sangre caliente que llegué a su corazón. Sin temor, ni cólera, sin esperanza...

Tembloroso y entre jadeos pestañea por última vez ese amasijo raquítico de huesos y piel arrugada, mustio y decadente, decepción y resignación.

El pálpito de su corazón se detiene, su pecho ya no se incha con el oxígeno que sus pulmones reclaman para vivir, los ojos quedan cerrados y la mismísima muerte , con su guadaña afilada y oxidada espera atenta a los pies de la cama para recoger el alma que ahora le pertenece, para hacer con ella lo que le plazca.

La vida se le fue como un día se marchara la mía, la tuya, cansada y angustiada tras un largo viaje que finalmente quedara en nada, tan solo un recuerdo de lo que una vez fue pero ya nunca será, un susurro en el viento, carroña, cuerpo inmóvil, devorado, suculentamente vomitivo.

La muerte deja el viejo bastón de madera negra a un costado de la cama y le abraza cariñosamente, con ternura se funde con la vida y la propia muerte, ambos se entregan por igual en una pasión incomparable, es el fin de la vida, el principio del mundo sin el, como antes de nacer, ahora no es nada.