Los ojos negros observan a sus víctimas e intentan elegir aquella propicia para mantenerlo vivo, pues solo con la muerte subsiste. Tiene el poder suficiente, heredado de los genes de sus antepasados para gobernar desde las alturas y es su vez su deber entregárselo a sus descendientes, polluelos que esperan en el nido hambrientos de carne muerta.
Dios así lo quiso y así será siempre, desde la primera creación hasta el final de los tiempos, ninguna de sus cientos de presas podrán jamás hacer nada contra esta criatura superior, poseedora desde la cuna de un deber incuestionable, asesina por naturaleza, criminal como ella sola.
De nada vale implorarle por el derecho a la vida misma, una vida libre del terrible miedo que ha creado bajo su reinado desde los cielos, cielos que conquistó en épocas antiquísimas y que generación tras generación han dominado.
El rey de los cielos, el león del aire, el cocodrílo del río... ¿osaría acaso un búfalo plantarle cara a un león?
Atención... silencio... aun suena el eco... El pueblo vencido jamás estuvo unido.
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