sábado, 13 de febrero de 2016

Hubo

Primero no hubo nada, ni tiempo, ni color, ni espacio, ni sonido. Nada. Pero luego todo arrancó, llegó la oscuridad y el contar del reloj, el espacio se amplió y del mismo modo que antes no había nada, ahora lo era todo.

Surgieron los colores, la luz y el calor. Todo se extendió con rapidez y abarcó lo que antes no existía. Hermoso y complejo creció hasta convertirse en un gigante, y luego, aún fue más grande.

Donde antes no había nada, ahora había un todo, múltiples cosas ocurrían por todas partes; aquí, allí y más allá. Aparentemente caótico, realmente era un proceso perfecto, preciso y precioso.

Y de repente ya nada se podía hacer, el ciclo había comenzado, sin avisar a nadie, había comenzado y era inevitable.

A medida que aumentaba su tamaño, se aceleraban los acontecimientos, era imparable y caminaba aún sin saberlo de nuevo hacia la nada. O casi, tal vez ya siempre fuera algo. Como un recuerdo. Como una sonrisa. Como un destello.

La luz creció, la luz lo tomo todo, y por primera vez la conciencia de lo que ocurría llegó, y al llegar esta llegó el dolor, el amor, el miedo y la ilusión.

Todo era bello con el paso del tiempo, y al mismo tiempo tenebroso, desde lo más inmenso hasta lo más pequeño, desde lo cotidiano hasta lo extraño, desde lo simple hasta lo complicado.

Pero como digo caminaba hacia la nada, y la nada acabaría llegando. Nada es para siempre, ni esto, ni aquello. Ni lo bueno, ni lo malo. Ni lo tuyo, ni lo mío, ni lo eterno.

Todo se desgarró, la luz, el fuego, la oscuridad y el frío. Los colores se apagaron, el tiempo se extinguió y la nada llegó.

Al final no hubo nada, ni tiempo, ni color, ni espacio, ni sonido. Nada. O tal vez algo, como un recuerdo, una sonrisa o un destello.

Sí, realmente hubo algo. Hubo un todo. Hubo un esto y un aquello. Hubo una luz y una oscuridad. Hubo caótico y perfecto. Hubo. Simplemente hubo y nada lo podrá borrar, ni tan siquiera la propia nada.

De cierto modo, es eterno.